Sánchez, el mesías del “no a la guerra” versión cutre de mercadillo

Ya lo tenemos otra vez. Pedro Sánchez, el hombre que se cree mezcla entre Kennedy, Mandela y Bisbal en gira, ha decidido ponerse el disfraz de “líder global de la paz” justo cuando sus socios se han fugado más rápido que el público de un concierto de reguetón en misa de ocho. Ahora, el presidente anda mendigando un “no a la guerra” de saldo, de esos que se compran en Aliexpress con envío lento, para ver si alguien le aplaude en el patio del Congreso.
La escena es digna de una película de serie B: Sánchez en la tribuna, con voz grave y gesto heroico, diciendo que “España dice no a la guerra”, mientras detrás de él se escucha el “cric-cric” de los grillos porque ni Yolanda, ni Puigdemont, ni el primo del cuñado de Bildu se han presentado a la foto. Básicamente, es como si intentara hacer la foto de las Azores, pero con los colegas jugando al FIFA en el salón.
Sus socios lo han dejado tirado. Que sí, que todos sabíamos que la coalición era un coche destartalado que ni pasaba la ITV, pero lo de ahora es de manual: Unidas Podemos ya no está para sujetarle la pancarta, Sumar se ha quedado sin rotuladores, y los independentistas están más ocupados discutiendo si la estelada pega mejor en vertical o en horizontal. Resultado: Sánchez solo, intentando que alguien le compre el relato de que “España lidera la paz mundial”. Lidera, sí, pero lidera el ranking de discursos vacíos.
El paralelismo con Zapatero es inevitable. Sánchez busca su “momento No a la guerra”, ese instante en el que la historia te convierte en héroe por salir en una foto con pancarta. Pero claro, en 2003 la cosa iba de Irak, Bush, Aznar y Blair. Hoy, la película es más cutre: Sánchez contra nadie en particular, vendiendo un postureo que no compra ni el becario de Moncloa encargado de aplaudir en bucle.
Eso sí, hay que reconocerle la capacidad interpretativa. El tipo podría estar perfectamente en el teatro de Mérida, declamando con toga romana: “¡Pueblo de Hispania, yo traigo la paz!”. Y mientras tanto, los ministros mirando el móvil, Yolanda Díaz actualizando Instagram con un filtro rosa, y los independentistas calculando si les da para montar otro referéndum con el dinero de las dietas.
Los medios afines ya están vendiendo el relato: “Sánchez, líder moral contra la barbarie”. Hombre, moral, lo que se dice moral… Es el mismo que hace viajes en Falcon para ir a aplaudir en los Goya y que anuncia decretazos como quien reparte caramelos en carnaval. Pero oye, para la prensa amiga es el nuevo Gandhi de La Moncloa, con americana slim fit y sonrisa Colgate.
Mientras tanto, el ciudadano medio solo ve que la cesta de la compra está por las nubes, que la gasolina sube más que el ego de Sánchez después de un selfie, y que los socios de gobierno se han convertido en fantasmas políticos. Pero nada, que el presidente está ocupado fabricando su póster épico para la posteridad. Ya lo veo: “Pedro Sánchez, el hombre que dijo no a la guerra contra su soledad”.
Conclusión: Sánchez ha pasado de ser el superviviente político a convertirse en el showman que quiere su foto icónica, aunque sea rodeado de sillas vacías. Un “no a la guerra” sin guerra, un líder sin seguidores, un discurso sin eco. Pero eso sí, con una coleta de marketing que ni las mejores peluquerías de barrio. La política española ha llegado a un nivel de sainete que ni Berlanga podría imaginar, y Sánchez está en el centro del escenario, esperando los aplausos que nunca llegan.