Montoro y la Hacienda de los favores: rebajas fiscales a gasistas... ¡contra sus propios técnicos!

Cuando creías que lo habías visto todo en la política española, reaparece el nombre de Cristóbal Montoro como un fantasma fiscal del pasado. Pero no uno que dé miedo, sino uno que provoca indignación, perplejidad y náuseas cívicas. Porque, ¿cómo se explica que un ministro de Hacienda rebaje impuestos a las grandes empresas gasistas en contra del criterio técnico de su propio ministerio? Pues así funcionaba Hacienda cuando el PP controlaba el BOE con puño de hierro y chequera de terciopelo.
Según revela la prensa, la Dirección General de Tributos alertó en 2013 que la modificación legislativa beneficiaría "exclusivamente" a las gasistas. Pero Montoro no solo hizo oídos sordos, sino que impulsó el cambio a toda máquina. ¿Motivo? Oficialmente ninguno. Extraoficialmente, todos los que puedas imaginar en una política prostituida al servicio de las grandes corporaciones.
Mientras los españoles sufríamos los recortes, las subidas del IVA, la asfixia del IRPF, y los autónomos eran estrujados como limones secos, Montoro estaba ocupado rebajando impuestos a las grandes del gas. Las mismas que han seguido acumulando beneficios multimillonarios mientras familias enteras se enfrentaban a facturas imposibles.
La historia, por supuesto, incluye todos los ingredientes del clásico español: advertencias técnicas ignoradas, cambios legales a medida, informes ocultos hasta que ya no hay remedio y, cómo no, ningún tipo de responsabilidad política a posteriori. Porque en España la frase “esto no tendrá consecuencias” no es un meme: es una norma no escrita.
La rebaja fiscal fue introducida por la puerta de atrás en la Ley de Haciendas Locales. Los técnicos de Hacienda fueron meridianos: el cambio solo beneficiaría a un grupo específico de grandes empresas gasistas. Pero Montoro siguió adelante. ¿Acaso estaba devolviendo algún favor? ¿Anticipando futuras puertas giratorias? ¿Simplemente despreciando el trabajo técnico por arrogancia ideológica? Quizá todo a la vez.
Este episodio es más que un escándalo. Es un síntoma. De cómo la técnica y el interés general han sido sistemáticamente atropellados por políticos al servicio del capital. De cómo la transparencia es solo una palabra vacía. De cómo Hacienda somos todos... salvo los de siempre.
¿Qué ha pasado desde entonces? Nada. Silencio administrativo. Opacidad institucional. Impunidad total. Montoro sigue campando a sus anchas, probablemente convencido de que lo hizo todo “legal”. Porque en España lo legal y lo moral llevan caminos tan distintos como el AVE Madrid-Sevilla y una burra coja.
¿Y ahora qué? Pues nada. El informe se ha conocido porque alguien lo ha filtrado años después. Los partidos, mudos. Los tribunales, distraídos. Y el contribuyente, otra vez, con cara de idiota. Como siempre.
Pero conviene no olvidar. Conviene recordar quién hizo qué, cuándo y cómo. Porque sin memoria no hay indignación, y sin indignación no hay cambio. Y este país necesita cambiar muchas cosas. Empezando por una Hacienda que no sea el taller de costura fiscal de ningún partido ni ningún ministro.
Montoro no solo fue ministro. Fue arquitecto de una Hacienda a la carta para el poder económico. Y eso, por mucho que lo quieran enterrar en el pasado, sigue siendo un escándalo presente.