¡Indemnizaciones, contratos y decretazo eterno!

Bueno, bueno, bueno… parece que nuestro excelentísimo Gobierno tiene prisa, ya saben: “urgente”, “solidaridad”, “detener el genocidio” y toda esa orquesta, ¿verdad? Pues ahora resulta que hay que esperar… porque hay que pagar. Sí, pagar indemnizaciones millonarias. Sí, contratos con empresas israelíes. Sí, mínimo 20-30 contratos. Y sí, el decreto para prohibir compra/venta de armas con Israel (“el decretazo”) se retrasa.
¿Por qué? Porque, atención:
- Los contratos siguen vigentes. No son fantasmas, no son polvo ni fueron destruidos por accidente. Están ahí, firmados, espeluznantes contratos secretos o clasificados. Que alguien los firma, alguien los aprueba, alguien los supervisa… aunque luego te digan que no los conocían bien.
- Al romper unilateralmente estos contratos, el Estado tiene que pagar no sólo lo ya entregado o ejecutado, sino también lo que esas empresas israelíes ya han invertido + el lucro cesante (o sea, lo que dejan de ganar) que según dicen puede llegar al 25 % del total del contrato. ¿Se imaginan? Tu facturar normal + lo que ibas a facturar si todo seguía adelante.
- Además, los contratos son “clasificados”. Traducido: nadie sabe bien los detalles. Ni los montantes exactos, ni qué se comprometió, ni si esos contratos están vinculados con la OTAN o con acuerdos internacionales. Y claro, eso complica las cosas cuando quieres cancelarlos sin pagar un riñón.
- Y finalmente: hay que negociar antes de romper. Adiós decreto que entra mañana. Hola abogados, negociaciones, posibles arbitrajes internacionales, tribunales. Porque como no lleguen a un acuerdo, pues se arma la jurídica.
Todo esto nos deja dos lecturas (y sí, también una carcajada amarga):
- Que aunque digan que van a actuar con claridad moral, a veces lo que más pesa es la carpeta de los costes económicos. Mucho “por los derechos humanos”, “por Gaza”, “por la ética”… pero con la calculadora al lado.
- Que un decreto no se hace solo con buenas intenciones y discursos bonitos en televisión. Hace falta chequear cifras, contratos, consecuencias, cláusulas secretas, y todo ese circo burocrático que suele retrasar todo lo que suena a “acción inmediata”.
¿Conclusión? Que el decretazo sigue pendiente. Que las buenas palabras pesan poco si luego sale que vas a tener que soltar millones. Que el Gobierno quería quedar bien y demostrar firmeza, pero la firmeza cuesta. Y parece que al bolsillo le gusta más esperar que salir corriendo al ruedo.
¿Y qué harán ahora? Pues algo como:
- Intentar rebajar las cuantías al máximo (“oye, colega, que no tengo para tanto”).
- Ver si algunos contratos se caducan o se extinguen naturalmente y así no pagar indemnización (que eso ayuda).
- Escurrir el bulto: “ah, no, aquello lo firmó otro”, “las cláusulas secretas no las vimos”, etc.
- Negociar fuerte con abogados y empresas hasta que todos acepten menos de lo que pedían (o aceptar pleito internacional, si no queda más remedio).
Mientras tanto, los anuncios grandilocuentes quedan para fotos, discursos y cuentas de redes sociales. Y es que cuando se trata de rectificar con dinero real… uno se da cuenta de que las promesas son como los contratos clasificados: cuesta ver lo que hay dentro.
¿Soy malpensado? Quizá. ¿Desinformado? Probablemente. Pero vaya, no soy el único que huele la cuerda floja cuando te dicen que “vamos ya” y luego te dicen que “espera una semanita más, por favor”.