García Ortiz y las pulseras mágicas: ¡Aquí no ha pasado nada, señores!

¿Recuerdan aquello de “la justicia es ciega”? Pues resulta que, además de ciega, en España parece que también es sorda, miope y con una pizca de amnesia selectiva. El fiscal general García Ortiz, en un movimiento digno de un escapista de feria, ha decidido que las famosas pulseras de protección, esas que deberían servir para evitar que las víctimas de violencia acaben en las páginas de sucesos, en realidad no han dejado a nadie desprotegido. ¡Ole, maestro de la invisibilidad!
La historia es de traca: mientras sus propios fiscales levantan la ceja y susurran por los pasillos que algo huele a chamusquina, García Ortiz saca su varita mágica y declara que aquí no ha pasado nada. Como si las pulseras fueran un complemento de moda que nunca falla, aunque las baterías se agoten, la cobertura se pierda o el agresor sepa más de tecnología que el mismísimo Elon Musk. Pero tranquilidad: si lo dice el jefe, será que la realidad se equivoca.
Imaginemos la escena. El Gobierno, con cara de “ay, qué lío”, mira de reojo a la prensa mientras las asociaciones de víctimas gritan “¡pero si las pulseras fallan más que una nevera en agosto!”. Y entonces aparece García Ortiz, con su sonrisa de funcionario zen, para decir: “No hubo desprotección, circulen, aquí no hay nada que ver”. Ni Houdini lo habría hecho mejor.
La contradicción es tan descarada que uno se pregunta si en la fiscalía están rodando una comedia de enredos o una telenovela de sobremesa. Sus propios fiscales, los que se supone que saben del tema, han puesto informes sobre la mesa diciendo que sí hubo fallos, que las víctimas estuvieron expuestas, que la cosa no es tan simple como ponerse un brazalete y confiar en el 5G. Pero García Ortiz, que parece vivir en un universo paralelo donde las pulseras son infalibles, prefiere pensar que todo es una fake news de esas que circulan por WhatsApp.
Lo más divertido, o más triste según se mire, es que esta jugada parece caerle como anillo al dedo al Gobierno. Porque, qué casualidad, justo cuando el tema de las pulseras se vuelve incómodo y las cifras no acompañan, el fiscal general decide que no pasa nada. ¡Qué sincronía! Ni los bailarines del Cirque du Soleil logran tanta coordinación. Si alguien dudaba de que en este país la política y la justicia juegan al ping-pong con nuestras cabezas, aquí tienen la prueba en HD.
Y mientras tanto, las víctimas, esas que deberían ser el centro de todo este circo, se quedan mirando el espectáculo con cara de “¿en serio?”. Porque mientras los titulares hablan de informes, declaraciones y negaciones, ellas siguen confiando su seguridad a un gadget que, según los expertos, a veces funciona y a veces hace la siesta. Pero no pasa nada, García Ortiz dice que están protegidas, y todos sabemos que una declaración oficial es tan poderosa como un escudo de vibranium. ¿Quién necesita realidad cuando tienes un papel con firma y sello?
Por supuesto, en este festival de contradicciones no podía faltar la guinda: la sensación de que aquí nadie paga los platos rotos. Si mañana una pulsera falla y alguien resulta herido, seguro que la culpa será de Mercurio retrógrado o de la wifi del vecino. Porque asumir responsabilidades es muy siglo XX, y en el 2025 lo que mola es el “yo no fui, fue el duende de la cobertura”.
Así que ya lo saben, queridos lectores: si alguna vez se sienten inseguros, no pidan refuerzos ni revisen las estadísticas. Basta con invocar el mantra oficial: “No hubo desprotección”. Repítanlo tres veces frente al espejo y verán cómo se sienten más tranquilos. O al menos, tan tranquilos como el Gobierno y el fiscal general, que duermen a pierna suelta mientras las pulseras hacen lo que les da la gana.
En resumen, este sainete es el retrato perfecto de una España donde la realidad se dobla, se estira y se maquilla hasta parecer un chiste de sobremesa. García Ortiz, el hombre que convirtió las pulseras en accesorios de lujo, merece un aplauso por su capacidad para negar lo evidente. Porque si de algo vamos sobrados en este país es de arte para decir: “Lo que ves no es lo que ves”. ¡Bravo, maestro!