Cuando la democracia molesta, Bolaños firma en solitario

En una escena que bien podría formar parte de un cómic distópico —pero que, desgraciadamente, ocurre en nuestra realidad—, el ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, decidió firmar por su cuenta y riesgo el anteproyecto de la nueva Ley de Secretos Oficiales. ¿El motivo? El Gobierno está dividido. Y claro, ante el caos, nada como una firma "exprés" y que rule la opacidad.
Este nuevo texto, que sustituye a la ley franquista de 1968, había sido prometido como una joya de transparencia... pero lo cierto es que ha acabado siendo una joya de lo opaco., Bolaños se cargó las objeciones, las firmas y los consensos, y lo rubricó él solo, como quien firma un cheque al portador de su propio poder.
La excusa: “El tiempo apremiaba”
¡Qué casualidad! Cada vez que hay que esconder algo, "el tiempo apremia". Con una coalición PSOE-Sumar rota por dentro y sin apenas diálogo institucional, Bolaños optó por la vía rápida: el dedazo legal. Ni vicepresidentas, ni ministros de Defensa o Interior. La transparencia, como siempre, quedó para los carteles electorales. La realidad es otra: un Gobierno que legisla en solitario, al margen de todo lo que no sea su círculo de confianza.
Una ley para esconder, no para desclasificar
La nueva ley se presentó como un paso hacia la modernización de los secretos oficiales. Pero lo cierto es que se han endurecido los plazos de desclasificación y se deja todo al arbitrio del Ejecutivo. En otras palabras: si antes era difícil saber qué ocultaban los gobiernos, ahora será aún peor. Bienvenidos a la república de los secretos.
El Congreso como florero decorativo
El texto ya está en el Congreso, pero lo hace sin la bendición de medio gabinete. ¿Quién lo defenderá? ¿Quién lo enmendará? ¿Quién lo votará? Nadie lo sabe. Pero lo que sí sabemos es que el Congreso, ese templo de la soberanía popular, vuelve a ser tratado como una gestoría donde los ministros dejan papeles sin explicar nada.
¿Y la oposición? Mirando al techo
Mientras Bolaños firma, el PP se frota las manos, pero no por indignación democrática, sino porque se ve reflejado: ellos también adoran las leyes oscuras. Vox grita “traición”, pero nadie les toma en serio. Sumar y Podemos critican... pero siguen en la foto. Y mientras tanto, los ciudadanos asisten perplejos a una película que parece no tener fin: la de un Estado que legisla de espaldas a su pueblo.
¿Conclusión? Bolaños no firmó solo una ley. Firmó el certificado de defunción de lo poco que quedaba de control y participación democrática en la maquinaria del Estado. Y lo peor es que nadie parece dispuesto a romper la pluma.