Ayuso en modo mártir: de vacaciones pagadas al delirio comunista

Isabel Díaz Ayuso ha vuelto a superarse. Esta vez, la presidenta de la Comunidad de Madrid ha sido sorprendida disfrutando junto a su familia de una vivienda oficial ubicada en la sierra, propiedad del Canal de Isabel II, convertida —por arte de privilegios políticos— en un chalet vacacional a medida. Ante la evidencia, lejos de ofrecer explicaciones razonables o una disculpa institucional, ha optado por su estilo habitual: la victimización.
Según Ayuso, todo forma parte de una cacería política propia de una "dictadura comunista". Cual libreta de argumentos prestados por Trump o Bolsonaro, la presidenta ha acusado a los medios y a sus adversarios de montar una persecución ideológica. ¿El motivo real? Que se haya expuesto su disfrute personal y familiar de un bien público que no está destinado para ese uso. ¿Y qué hace la derecha mediática? Aplaude. ¿Qué hace la izquierda institucional? Nada. ¿Y la ciudadanía? Ya ni se sorprende.
Mientras muchos madrileños apenas pueden acceder a una vivienda digna, Ayuso convierte propiedades institucionales en chalets de recreo sin sonrojo. Su respuesta no ha sido dar explicaciones, sino tachar la crítica como un ataque a su persona y su libertad. La vieja receta del populismo conservador: envolver el abuso de poder en la bandera de la libertad individual.
¿Estamos ante una ilegalidad? Puede que no. ¿Estamos ante una indecencia política? Rotundamente sí. La política no puede permitirse seguir normalizando estos comportamientos, y mucho menos presentarlos como parte de una cruzada ideológica. Ayuso juega a hacerse la víctima mientras disfruta de los privilegios que su cargo le otorga y que ella utiliza con total desparpajo.
La gran pregunta es: ¿hasta cuándo seguirá funcionando este juego? ¿Cuántas cortinas de humo más necesita desplegar para que el foco no esté donde debe estar? Si todo es "comunismo" para Ayuso, ¿qué es entonces aprovecharse del patrimonio público para uso personal? ¿libertad neoliberal? ¿servicio público de lujo?
Una vez más, asistimos al espectáculo grotesco de una política que convierte el cargo público en plataforma personal y el debate democrático en una pelea de patio. Y lo peor es que ya no escandaliza: simplemente confirma lo que ya todos sabíamos.